En el presente artículo se aborda el rol que se asigna al envejecimiento en relación con el sistema social a través de tres ejes: la organización del trabajo, las relaciones familiares y la sobrevaloración de la juventud.
En el mundo laboral, la productividad es el valor máximo y legalmente se considera una edad a partir de la cual los trabajadores son menos productivos y, por lo tanto, se excluyen del sistema. En cuanto a las relaciones familiares, la exclusión radica en que a pesar de que los viejos representan un apoyo para los cuidados de la familia, sus experiencias (fuera del ámbito productivo) no son valoradas. Por otro lado, la sobrevaloración de la juventud condena la ancianidad a la marginación.
La autora constata la contradicción existente entre el adelanto de la edad de jubilación y el alargamiento de la esperanza de vida. Teniendo en cuenta la fragilidad del sistema de pensiones y la prolongación de una etapa donde la capacidad económica del individuo mengua notoriamente, la gente mayor es abocada a vivir una etapa de pasividad.
Finalmente, se pone de relieve que la autoorganización de este grupo poblacional (cada vez más numeroso) puede ser una buena alternativa para ejercer la presión política necesaria para provocar cambios cualitativos en el sistema social, en la próxima década.