Habitamos sociedades definidas, en buena instancia, por su carácter diverso, realidad que comporta grandes oportunidades para el desarrollo humano, el crecimiento personal, el progreso social y la ampliación de horizontes vitales y relacionales. Una situación que plantea, también, algunos importantes desafíos. El etnocentrismo en el que todos y todas, de alguna manera, hemos sido socializados explícita o implícitamente, limita nuestras capacidades para relacionarnos con personas que identificamos como diferentes en ciertos aspectos que se consideran relevantes y nos sitúa en un escenario de competitividad en el que se pugna por hacer valer lo propio y acumular privilegios sobre los otros. El avance de las dinámicas de odio en nuestra sociedad polarizada bebe de ese etnocentrismo y a su vez lo alimenta, creando las condiciones perfectas para el ejercicio de la violencia étnica, racial y política.
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