En el trabajo de protección al menor en familias con niños en riesgo se ha priorizado tradicionalmente la seguridad de estos sobre la estabilidad de los vínculos familiares, lo que solía desembocar en prácticas coercitivas y de confrontación con las familias que acababan frecuentemente con una retirada del menor. Los resultados poco eficaces de estas prácticas tradicionales han propiciado la búsqueda de una colaboración entre profesionales y familias que, para no quedar en mera retórica, debe llegar a plasmarse
en intervenciones concretas.
En el presente artículo se examina una de estas prácticas con cierto detalle, la conferencia de grupo familiar (Nueva Zelanda), en la que se han potenciado las capacidades y los deseos de las familias y sus redes de vínculos, a la vez que se alude a otra práctica, los diálogos anticipatorios (Noruega), en la que la primera ha buscado inspiración para introducir elementos activadores de la participación del menor en asuntos de tanta importancia para su futuro.
Si bien este tipo de prácticas necesitan un apoyo y una reorganización institucional para poder implementarse, vale la pena conocerlas por su capacidad de inspirar y alentar un cambio en el equilibrio de las relaciones de poder entre los profesionales y los usuarios que, al precio de asumir ciertos riesgos, aspire a alcanzar unos resultados más eficaces
y compartidos.