Las trabajadoras familiares son profesionales altamente expuestas al impacto emocional que generan las relaciones de ayuda. Trabajan en el espacio íntimo de las familias, en contextos donde establecer límites a su tarea no es fácil, y lo hacen solas. Disponen de muy pocos factores de protección y la legitimización de su saber está muy lejos de tener un reconocimiento público. La autopercepción que ellas tienen sobre el valor de su tarea está condicionada por lo anterior. A pesar de todo ello son profesionales que difícilmente tienen el privilegio de acceder a espacios de supervisión.
En este artículo se presentan las conclusiones de una experiencia de diez sesiones de supervisión a seis trabajadoras familiares. A través de la observación participante pretendo llegar a un trabajo analítico y descriptivo desde “dentro”. Se comparten los relatos de las supervisadas sobre aquello que les aporta el espacio, y mis conclusiones como supervisora. Las conclusiones relacionan los aportes del proceso de supervisión con las necesidades particulares del ejercicio de su rol. Este artículo comparte los
efectos y los afectos de esta experiencia.