Confesaré que el primer borrador escrito para este editorial lo he tenido que desechar por la simple razón de que me he dado cuenta de que estaba repitiendo las ideas expuestas por quienes me han precedido en este honor que nos ofrece la RTS como editorialistas invitados, y que también son mis obsesiones: la necesidad de seguir trabajando en construir una identidad profesional clara, la recuperación de la historia del Trabajo Social poniendo en valor las figuras de nuestras pioneras hasta no hace mucho ignoradas y despreciadas, poner en valor las numerosas buenas prácticas profesionales que en demasiadas ocasiones permanecen invisibilizadas porque no se comunican al colectivo profesional, no se escriben ni se publican (y esto incluye intervenciones a escala grupal y comunitaria, que son más abundantes de lo que parece a primera vista), el fomento de la investigación con la consiguiente teorización propia sobre nuestro propio terreno, el reforzamiento de las revistas científicas como esta, que facilitan la comunicación sin barreras geográficas, el convencimiento de que el conocimiento científico se construye globalmente y ello implica romper fronteras de todo tipo, incluidas las lingüísticas, para posibilitar ese diálogo que sí existe en otras profesiones, el necesario diálogo entre el ámbito académico y el ámbito de la práctica directa, la necesaria formación permanente en un mundo cambiante y complejo en el que el conocimiento científico no se detiene huyendo de un mero practicismo…